La muerte de la escritora Sibylle Lacan

domingo, 17 de noviembre de 2013




Nacida el 26 de noviembre de 1940, Sibylle Lacan, segunda hija del primer matrimonio de Jacques Lacan con Marie Louise Blondin (1906-1983), se provocó la muerte en Paris, en su casa en la noche del 7 al 8 de noviembre de 2013. Ella tomó muchos medicamentos.

Traductora del español, inglés y ruso, ella publicó en 1994 Un père (Gallimard), libro traducido a quince idiomas, en el que contó con emoción, talento y sensibilidad la compleja relación con su padre: “cuando yo nací, mi padre ya no estaba allí. Hasta se podría decir que cuando fui concebida, en realidad él ya no vivía más con mi madre. Fue en una reunión en el campo entre el marido y su esposa; pero para entonces todo había terminado. Ese es el origen de mi nacimiento. Soy el fruto de la desesperación, algunos dirían que del deseo, pero yo no lo creo.”

Intransigencia generosa

Ser hija de la desesperación no impidió Sibylle amar apasionadamente la vida y ser una escucha atenta de sus amigos: una escucha exigente. Todos los que la conocían en el barrio de Montparnasse estaban encantados con ella - entre la Sélect para el té, la Closerie des Lilas por la noche - o la isla de Formentera, en Baléares, donde se refugió al final del verano. Siempre será recordada por su generosa intransigencia que compartió con su constante compañero: Christian Valas. Es a él a quien le entregó la carta fechada el 7 de enero de 2013: “Si me suicido, quiero que las circunstancias de mi muerte permanezcan ocultas (a la prensa, a los amigos, etc.). Esta petición debe ser considera como parte de mi última voluntad.”

Su forma lenta de hablar - con la voz de su padre y con el rostro muy familiar al de su madre– mostraba claramente cómo cada palabra que ella pronunciaba se convertía en un imperativo categórico. Sibylle Lacan siempre quiso saberlo todo, comprenderlo todo, explicarlo todo, incluyendo su lengua materna, porque la lengua y el habla tenían para ella prioridad sobre todas las demás formas de expresión. Conocía perfectamente la comunidad psicoanalítica, hizo dos tratamientos en el diván con dos estudiantes de su padre y estuvo habitada por una memoria de trabajo que no admitía ningún compromiso. Con ella misma y frente a ella misma, su compromiso era decir la verdad, la verdad que se convirtió en una obligación casi ontológica. Ella amaba una fotografía de su infancia, la misma que eligió para la portada de su libro.

Constantemente en la búsqueda

Y sin embargo ella creció y se convirtió en un adulto, nunca sabia y constantemente estaba a la búsqueda de un intercambio de miradas al azar, y siempre en la búsqueda de una identidad que pensó que encontró, pero algo estaba firmemente arraigado en ella: sabía que ella era la hija tanto de su padre como de su madre, y ella los quería unidos el uno para el otro por toda la eternidad. Ella prefería ese sueño más que la dolorosa realidad que no ignoraba. Y por eso, en su segundo libro, Points de suspension (Gallimard, 2000), dedicado a su madre y compuesto como un rompecabezas, sólo habló de su infancia, los rostros, los lugares, los objetos de su análisis, el viejo carnicero de enfrente y la anciana en su barrio holgazaneando con su gato: cosas vistas, cosas vividas.
 
En pocas palabras, los fragmentos de una vida reconstruida con la felicidad. Como el escritor más destacado Jean Ristat, este libro muestra una escritura que deviene en un instrumento contra una “muerte vengativa.” Tras la reconquista de sí misma, Sybil miraba el mundo sin amargura: “Crecí a la sombra de las gladiolas”, dijo, y se sumergió en el tiempo recuperado más allá de una vida rota.

Elisabeth Roudinesco


http://www.lemonde.fr/disparitions/article/2013/11/09/mort-de-l-ecrivaine-sibylle-lacan_3511291_3382.html

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